José Ángel Valente, nacido en Ourense en 1929 y fallecido en Ginebra en el 2000, sin duda uno de los escritores más importantes de las letras hispánicas del siglo XX, es también uno de los intelectuales más europeos de la misma época por vivencia biográfica, por vocación ideológica y por asimilación cultural [1]. Así lo refleja su asombrosa obra creativa, tanto poética como narrativa, y su lúcida reflexión intelectual a través de su ensayo o de su propia metaliteratura, expresión siempre de una verdadera vanguardia integral y de una exigente conciencia crítica en lo ético y en lo estético.
Además, la riqueza de contenidos, formas, géneros, lenguas y diálogos multiartísticos que presenta su obra, tan variada como coherente, está doblemente fundamentada en la profunda asimilación de la tradición más canónica, de la heterodoxia más singular y de la vanguardia más disolvente, pues de algún modo supone el ensamblaje de la maestría renacentista y barroca española; del arte de la meditación de las ascéticas y de las místicas cristianas, judías y musulmanas, y del espíritu de ruptura del más radical Romanticismo alemán, del Simbolismo francés e inglés y de las vanguardias europeas del siglo XX. De este modo, la producción creativa de Valente es palimpsesto del más alto desideratum de la literatura occidental de todos los tiempos: desde el inicial magisterio de Quevedo y de los metafísicos ingleses del siglo XVII a la posterior metapoética de la modernidad representada por Lautréamont y Rimbaud, por Cernuda y Lezama o por Celan y Jabès, pasando por la constante compañía de Juan de la Cruz o por los descubrimientos de Hölderlin, de la Cábala judía, de la mística sufí y del haikú oriental.
Así, la poesía de José Ángel Valente trascendió absolutamente los estrechos márgenes españoles de la llamada generación de los cincuenta e incluso de toda la literatura española de posguerra, primero a través de la rigurosa elaboración de un discurso ascético y luego del cultivo de un contradiscurso subversivo que lo condujo a la radicalidad con que posteriormente afrontó el camino de la disolución de los discursos y abrió paso a su no discurso final, como evidencian los cuatro volúmenes que reúnen toda su obra poética: Punto cero, Material memoria, Cántigas de alén e Fragmentos de un libro futuro [2].
EL DISCURSO ASCÉTICO (ELEGÍAS)
En efecto, tras iniciar su andadura poética en su Ourense natal y cultivar el gallego en su juventud universitaria compostelana, Valente continuó su itinerario académico y literario en Madrid, donde entró en interactivo contacto con el ambiente cultural hispanoamericano propiciado por el Instituto de Cultura Hispánica y donde comenzó a relacionarse con los poetas del 27 (fue alumno de Dámaso y amigo de Aleixandre, pero también conoció a Guillén y se carteó con Cernuda, y más tarde se relacionó con Alberti) y con otros posteriores, sobre todo de su edad, aunque finalmente se distanciaría de todo planteamiento generacional. Además, en este período madrileño se casó con Emilia Palomo, compañera en la carrera de Filosofía y Letras, con la que habría de tener cuatro hijos, dos de ellos de prematura muerte.
Tras recibir el Premio Adonais en 1954, se dio a conocer con A modo de esperanza (1955), libro que comienza con el poema "Serán ceniza...", al que la trayectoria y las propias declaraciones del poeta convertirían en base programática general de toda su obra, pues como el propio autor reconoció a propósito del "punto o límite extremo en que se hace imposible el decir" y del "no-lugar" de donde viene la palabra poética, "el lugar originario de la palabra, se constituía precisamente en el primer verso del primer poema de mi primer libro" (Valente, 2008: 1394):
Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.
Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.
Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.
(Valente, 2006: 69)
Pero “Serán ceniza...”, obvia cita de los versos quevedianos sobre el amor constante más allá de la muerte –“Serán ceniza, más tendrán sentido, / polvo serán, más polvo enamorado”- muestra también el magisterio formal de Quevedo, con quien entronca la intensa y clara sobriedad y la rotunda y concisa precisión de toda la obra, compuesta por poemas libres y breves, siempre en busca de la máxima expresividad con el mínimo artificio verbal.
Esta extraordinaria economía de medios, que produce una impactante sensación antirretórica, está en relación también con la poesía lapidaria latina en la que a veces se inspira, pues, en efecto, la tradición funeral clásica revive en varios poemas elegíacos del libro, como "Lucila Valente", "Epitafio" y "Aniversario". En el titulado "Una inscripción", precisamente glosa de un epitafio romano, defiende la sencilla espontaneidad de la gente corriente y ataca la explotación clasista en la Roma de Nerón, así como la complicidad descomprometida e insolidaria de la nefasta poesía de la época en obvia analogía con la situación política y poética de la España franquista. Además, ya en esta obra inaugura su temática angélica y enlaza con la poesía mística de Juan de la Cruz, poeta que irá cobrando una progresiva presencia en su producción lírica y ensayística, así como evidencia resonancias de autores que lo acompañarán siempre, como Rimbaud, Kafka o Cernuda. Por lo demás, la sección "Patria, cuyo nombre no sé" mezcla biografía personal con vivencia colectiva, poniendo en cuestión la concepción oficial de la realidad y de la patria durante el franquismo.
Precisamente harto del pobre y opresivo panorama de la España franquista, se instaló en 1955 en la Universidad de Oxford, y, desde 1958, ejerció como funcionario de la O.N.U. en Ginebra. En este tránsito nació Poemas a Lázaro (1960), libro constituido en torno a la idea del paso por la muerte para volver a la vida. Una cita de Donne pone en evidencia el interés del autor por la poesía metafísica inglesa del siglo XVII, pues no en vano el propio poeta había traducido a aquel al castellano. El afán por superar la escisión entre cuerpo y alma o materia y espíritu de los metafísicos ingleses, junto a la materia espiritual de Quevedo, estará en la base de la carnalidad poética de toda la meditación valentiana.
También son notables aquí las composiciones netamente metapoéticas, como "Objeto del poema", sobre el conocimiento en poesía, y "El cántaro", sobre la forma, en sintonía con la idea de Goethe de que el arte consiste en dar forma, así como los poemas de carácter eminentemente histórico, político y social, a veces alusivos o relativos a la cuestión del lugar, como "Sobre el lugar del canto", vindicación del lugar frente a los tan alienados conceptos de Patria o de España, como espacio para la reconciliación y la libertad, o "Cementerio de Morette-Glières, 1944", homenaje a los refugiados españoles de la guerra civil muertos defendiendo contra los nazis una tierra que no era la suya:
No reivindicaron
más privilegio que el de morir
para que el aire fuese
más libre en las alturas
y los hombres más libres.
Ahora yacen,
con su nombre o anónimos,
al pie de Glières y ante la roca pura
que presenció su sacrificio.
Hombres
de España entre los muertos
de la Alta Saboya:
ellos lucharon por su luz visible,
su solar o sus hijos, más vosotros
sólo por la esperanza.
La nieve aún dura prodigiosamente
viva en el aire mismo
donde morir fue un puro
acto de fe o de supervivencia.
¿Quién podría decir que murieron en vano?
Al cielo roto y a la tierra vacía,
a los pueblos de España,
a Herbás, a Mula, a todas
las islas Baleares,
a Mendavia, Viñuelas,
Ambrán, La Almunia,
Terrecampe, Tembleque,
devuelvo el nombre de sus hijos:
Félix
Belloso Colmenar, Patricio
Roda, Gabriel Reynes o Gaby, Victoriano
Ursúa, Pablo Hernández,
Avelino Escudero,
Paulino Fontava, Florián Andújar,
Manuel Corps Moraleda.
Otros duermen tal vez
bajo una cruz desnuda, lejos
de su país, de su memoria, donde
todos los muertos son
un solo cuerpo ardiente:
carne nuestra, palabra,
historia nuestra que no conocimos,
sangre sonora de la libertad.
(Valente, 2006: 147-148)
EL CONTRADICURSO SUBVERSIVO (SÁTIRAS)
Radicado ya en Ginebra, conoce directamente el mundo del exilio y, aunque colabora en algunas de sus empresas, le parece un círculo anquilosado en el que sólo valora a intelectuales como el institucionista Alberto Jiménez Fraud, el novelista Max Aub y la filósofa María Zambrano, con quien tuvo un encuentro decisivo en su vida y en su obra. En el primer lustro de los sesenta escribió La memoria y los signos (1966), pero buena parte de sus poemas habían sido ya adelantados en la antología Sobre el lugar del canto (1963). La cita inicial de Hölderlin, alusiva al "tiempo de miseria", revela que la intención del poeta es ahora la denuncia de lo falso y la revelación de lo oculto, por lo que en estos versos predominará lo histórico, lo social y lo político, sirviendo la contienda civil española como telón de fondo para muchos poemas, como "Tiempo de guerra", que evoca su época de niño de la guerra; "John Cornford, 1936", que recuerda la muerte del poeta comunista inglés, bisnieto de Darwin, luchando voluntario contra el fascismo como miembro de las Brigadas Internacionales, o los diversos en que condena la falsificación de la verdad.
El recuerdo de su infancia y de su tierra natal dominan argumentalmente su visión de la sordidez de la adolescencia y de la oscuridad provinciana, pero el poeta no renuncia a los desplazamientos a otros personajes en casos como "Maquiavelo en San Casciano", reflexión sobre el intelectual, el poder y el exilio a través de un personaje histórico que habla en primera persona y que termina:
Se apaciguan las horas, el afán o la pena.
Habito con pasión el pensamiento.
Tal es mi vida en ellos
que en mi oscura morada
ni la pobreza temo ni padezco la muerte.
(Valente, 2006: 208)
En los años sesenta, publicó todavía dos libros de configuración monográfica: Siete representaciones (1967), que se articula en torno a los pecados capitales en sintonía con la tradición plástica medieval y con un tono irónico, violento e incluso apocalíptico, y Breve son (1968), que contiene poemas breves, muchos de ellos a la manera de la canción tradicional. Su composición inicial, de carácter metapoético, homenajea a Rosalía de Castro, pero también son metapoéticas las alusiones a Lautréamont y a su radical idea de que la poesía tiene por fin la verdad práctica, desvelando lo encubierto y los principios de todo.
Un poeta debe ser más útil
que ningún ciudadano de su tribu.
Un poeta debe conocer
diversas leyes implacables.
La ley de la confrontación con lo visible,
el trazado de líneas divisorias,
la de colocación de un rompeaguas
y la sumaria ley del círculo.
Ignora en cambio el regicidio
como figura de delito
y otras palabras falsas de la historia.
La poesía ha de tener por fin la verdad práctica.
Su misión es difícil.
(Valente, 2006: 264)
A finales de los años sesenta escribió todavía dos obras más, ambas publicadas en 1970 e instaladas en el exilio en su sentido más profundo y radical: el breve opúsculo Presentación y memorial para un monumento, crítica demoledora de toda represión, independientemente de la ideología que la practique, a través de la deconstrucción de los lenguajes totalitarios y del uso irónico de la técnica del collage (tal vez influencia de Pound), y la publicada en México El inocente, obra que supuso el regreso a la pureza de la inocencia después del viaje infernal por el tiempo de la historia, pero en la que para alcanzar esta nueva fase se considera necesario destruir el viejo y corrupto mundo circundante a través de la disolución del mundo convencional, del recuerdo de la infancia y del lenguaje heredado, alcanzando autocríticamente su propia producción poética anterior. Aquí surge como alter-ego el "Agone" de Lautréamont, que reaparecerá en obras futuras, y el poeta postula como ejemplos a Lautréamont y a Rimbaud, en la misma línea de vindicación revolucionaria en la que se inscribe un poema-traducción de Artaud. Pero a quien erige expresamente como "maestro" es a José Lezama Lima, que seguirá siendo calificado como tal posteriormente. También es muy significativa la poetización del místico heterodoxo Miguel de Molinos, de quien él mismo será reiterado editor y estudioso y con quien asume plenamente el exilio como lugar inevitable de la extranjería que reside en toda condición humana: "extranjero, engendrado por tu tierra / extranjero, como todos nosotros".
LA DISOLUCIÓN DE LOS DISCURSOS (FRAGMENTOS)
En 1972 -y, ampliado, en 1980- publicó Punto cero, reunión depurada de sus obras anteriores que incluyó la inédita "Treinta y siete fragmentos" (no editada independientemente hasta 1979) y que tiene como elemento unificador la concepción fragmentaria de la obra poética, pues ésta no puede ser más que un resto o retal del absoluto al que se aproxima. La técnica del fragmento reaparece en Interior con figuras (1976) y Material memoria (1979), libros heterogéneos, pero conectados entre sí (en ambos aparecen poemas en prosa) y llenos de resonancias de su obra anterior.
Treinta y siete fragmentos, Interior con figuras y Material memoria participan de la técnica fragmentaria y del permanente hacerse de la obra inacabada, dimensión que ya nunca abandonará el poeta, puesto que la considera, como escribió en Variaciones sobre el pájaro y la red, "uno de los elementos de la radical modernidad". Pero la valoración del fragmento, con tantos antecedentes en la obra valentiana, se encuentra también en toda la poesía moderna (Novalis, Baudelaire, Mallarmé, Valéry, Eliot), se aprecia en la narrativa (Rayuela, de Cortázar) y sintoniza con la estima por el aforismo en la filosofía contemporánea (Nietzsche, Cioran), género este que Valente cultivó en diversas autopoéticas fragmentadas, finalmente reunidas en Notas de un simulador (1997).
En 1980, al disertar en Ginebra sobre las Cántigas galaico-portuguesas de Alfonso X el Sabio, se reencontró con la lengua originaria, producto de lo cual será el poemario Sete cántigas de alén (1981), más tarde ampliado en Cántigas de alén (1989), y que, complementado con otros escritos en prosa de motivación galaica recogidos en Material Valente (1994), compuso el corpus de su última edición, publicada en 1996. Galicia -y, particularmente, su ciudad natal- había tenido ya una notoria presencia en su obra castellana, pero es en la producción gallega donde se manifestará de manera más intensa y profunda su poética del origen.
Desde muy joven había asumido Valente la enseñanza evangélica de que en el principio era la palabra, casa y fundamentación del ser para Heidegger, pero también sabía que la palabra gallega era casa y fundamento del ser primigenio, pues con frecuencia se intuye revestida de una aureola natural e intocada, dotada de poder y de vida (en la poesía de Pimentel, los términos gallegos encarnan las cosas frente a los castellanos, que sólo las designan). Valente se inscribe, pues, en la tradición antropológica del logos espermático que refleja Valle-Inclán cuando el pueblo "intuye el latín ignoto de las divinas palabras". Naturalmente, las múltiples conexiones galaicas de Valente se acentúan en su obra en gallego, como es obvio en el caso del cancionero alfonsí y de toda la tradición lírica medieval y popular, así como de Rosalía de Castro, objeto de poemas y ensayos, y con otros autores contemporáneos (Risco, Manuel Antonio, Dieste, Pimentel). Por eso su retorno al gallego es también el de un emigrante inmóvil que se llevó consigo sus raíces, como dice en una cantiga:
Voltei. Nunca partira.
Alongarme somente foi o xeito
de ficar para sempre.
(Valente, 2006: 509)
Valente expuso su poética del origen en La piedra y el centro: "Palabra total y palabra inicial: palabra matriz. Toda palabra poética nos remite al origen, al arkhé, al limo o materia original" (Valente, 2008: 302). En su búsqueda de tal matricial palabra, a la vez procedente y portadora de ese "limo original de lo viviente" que se revela en el poema “Territorio” (Valente, 2006: 339), recorrió más de un camino hermenéutico a través de los márgenes (exilio interior y exterior, erotismo y mujer, fronteras ascéticas y místicas) y recurrió a más de un vehículo lingüístico (incluso el de la lengua desposeída y periférica), poniendo en evidencia que, quizás, para encontrar el rumbo hay que ir a la deriva o, lo que es lo mismo, que para alcanzar el centro hay que atravesar las periferias.
EL NO DISCURSO MÍSTICO (DITIRAMBOS)
El descubrimiento de la Cábala judía provocó toda una revisión filosófica y creativa en Valente, como evidencia el libro, de extraordinario hermetismo simbólico, Tres lecciones de tinieblas (1980), consistente en una serie de mónadas que se corresponden con las primeras letras del alfabeto hebreo, y en sintonía con el género musical, de tipo sacro, así denominado. La obra parte de la nada que representa la primera letra, el Alef, es decir, la ausencia: "El punto donde comienza la respiración". El propio poeta realizó una autolectura esencial para comprender su sentido como "canto de la germinación y del origen o de la vida como inminencia y proximidad". Pero al ya demostrado interés por las místicas cristianas y judías, manifiestas en los ensayos y ediciones que dedicó a Juan de la Cruz y en la citada conexión cabalística, sumó una notoria atención a otras culturas orientales y, particularmente, al sufismo, como puede apreciarse en su narrativa y en su ensayo.
En sintonía con todo esto, con su relación amorosa con quien habría de ser su segunda esposa, la pintora Coral, publicó obras asombrosas por la fuerza de su luz interior y ambiental, como Mandorla (1982), que toma su título de la almendra mística y de la representación plástica de Cristo en el óvalo que traduce la vulva matriz, evidenciando la disolución de las escisiones cristianas entre alma y cuerpo o espíritu y materia. Esta obra, influenciada por Celan, poeta muy estimado y traducido por Valente, contiene ecos de la antropología simbólica utilizada por Eliot y muestra la comunión mística entre lo erótico y lo religioso a través del cuerpo femenino, concebido como materia en la que se disuelven todas las escisiones. Así sucede en el poema "Graal", donde la mujer es el simbólico cáliz sagrado en el que el poeta se funde y se confunde, se llena y se vacía, se disuelve y se integra:
Respiración oscura de la vulva.
En su latir latía el pez del légamo
y yo latía en ti.
Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en mi latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.
(Valente, 2006: 417)
En la misma línea, El fulgor (1984) poetiza la trascendencia a través del cuerpo o la materia a través de la mística. Se trata, pues, de una mística materialista que alcanza su plenitud en la unión erótica, como en Mandorla, aunque también reaparezcan las figuras de Cristo y Lázaro con nuevos sentidos. Por eso todo termina en el “absoluto fulgor”:
Y todo lo que existe en esta hora
de absoluto fulgor
se abrasa, arde
contigo, cuerpo,
en la incendiada boca de la noche.
(Valente, 2006: 458)
Toda su obra poética escrita desde 1979 se compiló bajo el título de Material memoria en 1992 y, actualizada, en 1995, incluyendo ya, por tanto, sus últimas obras publicadas en vida. En Al dios del lugar (1989), a la manera del ditirambo sacro, parece seguir huellas, mediante la disolución en los orígenes y la extrema tensión de la palabra, que lo aproximan al lugar del dios como recinto sagrado y material, muy en conexión además con su vinculación a Almería, donde se instaló en los años ochenta. En No amanece el cantor (1992), escrito en prosa, progresa en la inminencia e insiste en la absoluta desposesión, inspirándose ahora, en buena medida, en la dura experiencia del dolor tras la muerte de su joven hijo Antonio:
NI LA PALABRA ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras.
(Valente, 2006: 498)
Desde 1992, Valente fue publicando, en diferentes medios periodísticos y en los opúsculos que bajo el título de Nadie vieron la luz en 1994 y 1996, diversos poemas que, según muchas veces declaró, formaban parte de un teleológico proyecto de "Fragmentos de un libro futuro" que algún día y junto a otros textos inéditos se reunirían en un volumen, supuestamente póstumo, de su producción lírica final. Y tal libro fue, precisamente, el titulado Fragmentos de un libro futuro (2000), último poemario de Valente. Concebido como un abierto itinerario lírico cronológicamente identificable con el último itinerario vital del autor, esta especie de diario en marcha hasta la inevitable doble extinción biográfica y poética resulta tan novedosa en el panorama literario como entroncada con su obra anterior.
Pero, aunque sea obvio que Fragmentos de un libro futuro es el primer libro póstumo de Valente, se puede decir además que no sólo lo resulta en sentido estricto, simplemente por haber sido publicado por primera vez después de su muerte, sino también, en un sentido más profundo, por obedecer a una tan radical poética de la ruptura, a una vivencia del límite tan extrema y a una aproximación a la nada tan disolvente que lo convierten en un auténtico testimonio o incluso estremecedor testamento escrito y vivido desde la otra ladera de la vida por alguien que parece haber intuido o divisado el otro lado o la otra cara de la existencia o de la no existencia humana: "cuando estás ya del otro lado / de tu propio existir", dice el poeta en "Piazza S. Marco, 1996" (Valente, 2006: 564). Valente escribe estos poemas después de la muerte de su hijo, ya protagonista de la sección "Paisaje con pájaros amarillos" de No amanece el cantor, y, consiguientemente, en la época en que él mismo experimenta graves quebrantamientos de su salud e incluso, como dijo tantas veces, verdaderos avisos de un fin que podía estar próximo o que, por lo menos, ya había sentido como inminente alguna vez, o incluso que ya había experimentado de algún modo: "El flujo de vivir se ha ido deteniendo imperceptible", declara en "Luces hacia el poniente" (Valente, 2006: 548). Y con más rotundidad afirma en "Ni siquiera": "Todo parecería ahora / llevarte a la extinción" (Valente, 2006: 563).
Esta sensación de acabamiento es, precisamente, la que da su pleno sentido a estos Fragmentos de un libro futuro, como manifiesta "Proyecto de epitafio":
De ti no quedan más
que estos fragmentos rotos.
Que alguien los recoja con amor, te deseo,
los tenga junto a sí y no los deje
totalmente morir en esta noche
de voraces sombras, donde tú ya indefenso
todavía palpitas.
(Valente, 2006: 552)
Pero en el tránsito donde queda la memoria de lo bueno y la memoria de lo malo, el recuerdo de los afectos personales y artísticos y la constancia de la impiedad y de la muerte, resplandece el amor, a modo de "SOS":
Al norte
de la línea de sombras
donde todo hace agua,
rompientes,
en que el mar océano
se engendra o se deshace,
y el naufragio inminente todavía
no se ha consumado, ciegamente
te amo.
(Valente, 2006: 551)
En suma, el centro al que se asciende y al que se desciende en la poesía de Valente está en todas partes porque, aunque la vida pase, se integra en la memoria viva de la materia permanente y acaso incognoscible, como precisamente resume el poema titulado "Centro", no ajeno al erotismo esencial y cósmico característico del poeta: "Alrededor de la hembra solar aún sigue girando oscuro el universo" (Valente, 2006: 557).
NARRADOR, ENSAYISTA Y TRADUCTOR
Pero las excelencias de Valente como poeta no deben hacernos olvidar las que lo caracterizan como prosista, tan valoradas por su perfección borgeana como temidas por los poderes totalitarios que fustiga. En efecto, cultivador de la más rigurosa y demoledora prosa narrativa, su primera obra en este género, Número trece, fue secuestrada por la censura franquista y le ocasionó un auto de procesamiento, pero los cuentos que la componían fueron rescatados posteriormente y reunidos en el conjunto "El fin de la edad de plata" seguido de "Nueve enunciaciones" [3].
Como ensayista y crítico literario colaboró muy asiduamente en la prensa cultural y diaria, a veces de modo polémico, pero siempre valiente y esclarecedor. Buena parte de sus primeros ensayos literarios fueron reunidos en Las palabras de la tribu, mientras que muchos otros relacionados con la mística están incluidos en "Variaciones sobre el pájaro y la red", precedido de "La piedra y el centro" o aparecieron a propósito de sus ediciones de Miguel de Molinos y sobre Juan de la Cruz. Póstumamente apareció una compilación de sus artículos sobre arte y estética, Elogio del calígrafo, y otra de artículos sobre literatura y cultura, La experiencia abisal [4].
Y es necesario no olvidar tampoco su importante labor como traductor de diversas lenguas al castellano, como evidencian sus versiones, desde el inglés, de Donne, Keats, Hopkins o Dylan Thomas; desde el alemán, de Celan; desde el italiano, de Montale; desde el francés, de Péret, Jabès y Camus, y desde el griego, del evangélico Kata Ioanem y de Cavafis, así como su traducción de Hölderlin desde el alemán al gallego, reunidas todas ellas en el libro Cuaderno de versiones (2002) [5]. Algunos de estos encuentros poéticos fueron decisivos en su obra, como es el caso de los producidos con Hölderlin y Celan o con Donne y Keats, así como con Edmond Jabès, pues el propio poeta llegó a declarar que su encuentro con éste hizo que se reconociese a sí mismo, retroactivamente, en una identidad, estirpe o ascendencia desde el primer verso del primer poema de su primer libro, cuando la fuente era ya el desierto y, por tanto, el origen se identificaba con la nada en toda su disponibilidad, receptividad y apertura: “Cruzo un desierto / y su secreta desolación sin nombre”.
Por supuesto, sus múltiples aportaciones a la cultura contemporánea no pasaron desapercibidas a la hora de ciertos reconocimientos literarios e institucionales [6]. Además, traducida y reconocida mundialmente en los más exigentes medios intelectuales, su obra mereció la atención de importantes estudiosos y escritores relacionados con significativos ámbitos de Europa, de África y de América, como puede comprobarse en la ya muy nutrida bibliografía existente sobre aquella y en los encuentros internacionales que suscitó [7].
Poco antes de morir, Valente fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Santiago de Compostela, de la que había sido alumno. Fue la última vez que visitó Galicia. En este sentido, como escribió Rosalía y parafraseó el propio Valente: "Se fue en el viento, / volvió en el aire". En efecto, se fue con el viento, pero volvió en el aire. Lo llevó el viento de la historia que nos desengendraba y que nos esterilizaba, pero volvió con el aire crítico y creativo que nos permitió respirar en libertad. Porque con su obra vinieron los cuatro elementos que conforman o que deben conformar nuestro mundo y que siempre le agradeceremos: el fuego purificador, el agua originaria, la tierra desprovista de poderes, el aire libre, en fin, que trajo para siempre en la palabra.
LA INFINITA LIBERTAD
Al comienzo de Punto cero, Valente introdujo una cita procedente de un supuesto diario anónimo que decía: “La palabra ha de llevar el lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad”. Pero para ello es necesario establecer un espacio cero en el que se disuelva la propia identidad del creador para que a través de él circule libre el universo, tal como desde el Romanticismo más radical se procuró entre algunos simbolistas y vanguardistas contemporáneos tanto en el terreno literario como en el artístico. De hecho, en sintonía con este tipo de plástica, Valente escribió en “Cinco fragmentos sobre Antoni Tàpies”: “Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el espacio de la creación. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él creado). La creación de la nada es el principio absoluto de toda creación”. Y este “estado de no acción, de no interferencia, de atención suprema a los movimientos del universo y a la respiración de la materia” tiene que ser el punto de partida del artista de la retracción y del poeta cero que precisamente resultaron ser, respectivamente, Tàpies y Valente. “El estado de creación es igual al wu-wei en la práctica del Tao” (Valente, 2006: 387), concluye el poeta, seguro de que sólo partiendo de ese vacío puede germinar el decir interminable de la palabra poética.
Una palabra que sólo lo abandonó cuando llegó a la cima, pues, como si hubiese consagrado su vida a la poesía para escribir un único y último poema, Valente terminó Fragmentos de un libro futuro alcanzando su particular y a la vez universal cima del canto, pues la despersonalización y la fusión propias del haikú y en general de la poesía del Extremo Oriente [8], difuminadoras del yo e integradoras de todo, quedaron para siempre contenidas en sus versos verdaderamente más definitivos:
Cima del canto.
El ruiseñor y tú
ya sois lo mismo.
(Valente, 2006: 582)
[1] El itinerario personal de Valente apareció relatado por él mismo en Claudio Rodríguez Fer, “Entrevista vital a José Ángel Valente: de Ourense a Oxford”, Moenia. Revista lucense de Lingüística & Literatura, 4 (1998), Lugo, 1999, 451-464, y “Entrevista vital a José Ángel Valente: de Xenebra a Almería”, Moenia. Revista lucense de Lingüística & Literatura, 6 (2000), Lugo, 2001, 185-210.
[2] Las últimas compilaciones de la obra poética en castellano de Valente fueron, en vida del poeta, Punto cero y Material memoria, Madrid, Alianza, 1999, y, ya póstumamente, Fragmentos de un libro futuro, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2000. La última compilación de su obra poética en gallego hecha en vida fue Cántigas de alén, Compostela, Consorcio de Santiago, 1996, con grabados de Eduardo Chillida, introducción de Claudio Rodríguez Fer y versión castellana de César Antonio Molina y del propio autor. Estos libros y otros textos poéticos dispersos están reunidos en Obras completas I. Poesía y prosa, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2006, introducción y edición de Andrés Sánchez Robayna, volumen que incluye también la narrativa y las traducciones efectuadas por Valente. Los textos creativos se citarán por esta edición y los ensayísticos por Obras completas II. Ensayos, edición de Andrés Sánchez Robayna e introducción y recopilación de Claudio Rodríguez Fer, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2008, que reúne los libros de ensayo y muchos más textos ensayísticos dispersos.
[3] "El fin de la edad de plata" seguido de "Nueve enunciaciones", Barcelona, Tusquets, 1995.
[4] "Variaciones sobre el pájaro y la red" precedido de "La piedra y el centro", Barcelona, Tusquets, 1991; Elogio del calígrafo, Barcelona, Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, 2002; La experiencia abisal, Barcelona, Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, 2004.
[5] Cuaderno de versiones, edición e introducción de Claudio Rodríguez Fer, Barcelona, Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, 2002.
[6] Premio Adonais de Poesía en 1954, Premio de la Crítica en Poesía en 1960 y 1980, Premio de la Fundación Pablo Iglesias en 1984, Premio Nacional de Poesía en 2000, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1998, Oficial de la Orden de las Artes y de las Letras de Francia en 1999.
[7] Véase Bibliografía.
[8] Buena parte de la poesía orientalizante de Valente fue presentada y reunida en manuscritos sobre tela en la obra Cima del canto, edición e introducción de Claudio Rodríguez Fer, con serigrafías y aguafuertes de Coral, Valladolid, El Gato Gris, 2001.