Me siento sumamente honrado por la gran distinción de la que soy objeto el día de hoy por parte de una de las Universidades de mayor prestigio dentro del Estado español. Y no sólo me siento honrado, sino también profundamente conmovido, por cuanto con la Universidad de Santiago de Compostela, y en especial con los miembros de su Facultad de Filosofía, desde hace muchos años me vinculan lazos entrañables, tanto desde un punto de vista profesional como personal. En efecto, ya desde fines de los años !980, o sea, desde hace unos 30 años, después de haber recibido una invitación a visitar la Universidad de Santiago de Compostela por parte del Profesor Juan Vázquez, empecé a tener contactos más o menos regulares con algunos de los colegas de la Facultad de Filosofía, particularmente con aquellos interesados por la filosofía del lenguaje y la epistemología, como los profesores Juan Vázquez y Luis Villegas. Durante todo este largo período, mis vínculos con los filósofos de esta Universidad se fueron afianzando cada vez más, y este desarrollo culmina hoy con el presente acto de mi investidura como Doctor honoris causa; es imposible imaginar un mejor happy end para esta larga historia. (Aunque quisiera recalcar que se trata, así lo espero, de una culminación provisional, pues mi firme intención es, a partir de ahora, no sólo conservar, sino profundizar más aún, si cabe, la vinculación de mi persona y de mi trabajo con esta Universidad.)
No quisiera abrumarlos a ustedes con un detallado recuento de todos aquellos aspectos de mi carrera académica que estuvieron, y están, en relación con la Universidad de Santiago de Compostela; pero sí quisiera señalar los hitos más importantes en ese transcurso, porque creo que ello puede arrojar cierta luz sobre la naturaleza de mi relación académica con Santiago. En primer lugar, la Universidad de Santiago de Compostela es una de las Universidades de Europa y América a la que he sido invitado un mayor número de veces, tanto para impartir cursos, como para dar conferencias, o para participar en congresos y coloquios. Concretamente, fui invitado tres veces por esta Universidad a impartir cursos intensivos de uno o dos meses. La primera vez fue en 1990, la segunda en 1992 y la tercera en 2009 – más o menos siempre por la misma época a comienzos de la primavera, que, como ustedes saben mejor que yo, representa una época del año especialmente romántica en este bello país… Aparte de tales periodos relativamente prolongados, he acudido a Galicia en otras ocasiones, más puntuales, para dar conferencias o asistir a coloquios; no sólo en Santiago, sino también en otras ciudades gallegas con tradición académica como Vigo y La Coruña.
Otro elemento importante de mi vinculación con el mundo filosófico gallego estriba en los numerosos ensayos que he publicado, a lo largo de todo este tiempo, en la revista Agora, editada por la Facultad de Filosofía de esta Universidad. A mi modo de ver, esta revista representa uno de los órganos de filosofía más abiertos y estimulantes en lengua castellana. Me permito indicarles a ustedes los títulos de tres de mis artículos publicados en Agora, simplemente para ofrecerles una mínima idea de la diversidad de temas que he presentado a la discusión ante los lectores de esa revista. Uno de esos artículos tuvo como título “Relaciones intermodélicas y semántica formal” - un tema de carácter general a caballo entre la filosofía de la ciencia y la filosofía del lenguaje, y se publicó en 1994. Dos años después, en 1996, publiqué un ensayo más especializado dentro de la filosofía de la ciencia titulado “Aproximación estructural en la física”. Y, finalmente, en una época más reciente, en 2010, Agora acogió en sus páginas un ensayo mío de carácter meta-filosófico muy general, titulado “¿Es la filosofía una ciencia?”.
Aparte de mis contribuciones a dicha revista, no quisiera dejar de mencionar en este contexto que me sentí muy estimulado por la propuesta que me hicieron tres colegas de esta Universidad, Concha Martínez, Uxía Rivas y Luis Villegas, de hacer una contribución a la antología que estaban preparando sobre temas de ontología y de semántica filosófica bajo el título inglés de Truth in Perspective, que se publicaría en 1998 en Gran Bretaña. Mi contribución a ese volumen lleva el título “What Classes of Things Are There?”, o sea “¿Qué clases de cosas hay?”.
Ahora bien, considero que una tarea académica tanto o más importante que la de publicar ensayos aquí o allá, consiste en formar a las nuevas generaciones de profesionales de la propia disciplina, y en especial en apoyarlos para que obtengan un doctorado. Y también para esta tarea la Universidad de Santiago me ofreció el marco adecuado para poder dirigir y promover dos excelentes tesis doctorales, que en su momento fueron presentadas en esta Universidad. La primera tesis compostelana que dirigí, en una época bien temprana, fue la de José Luis Falguera, titulada “Problemas ontosemánticos de los términos científicos conforme a la concepción estructuralista”, presentada en la Facultad de Filosofía de esta Universidad en1992. La segunda tesis compostelana dirigida por mí fue la de María Caamaño bajo el título “El problema de la inconmensurabilidad de las teorías científicas”, presentada también aquí en 2004. Tanto José Luis Falguera (quien es hoy mi padrino en este acto), como María Caamaño (quien desde hace algunos años es Profesora de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid), han dejado de ser, desde hace mucho tiempo, mis discípulos para convertirse en mis colegas y “compañeros de viaje” en el ámbito de la filosofía de la ciencia, y en particular en la concepción epistemológica conocida como estructuralismo metateórico, que compartimos los tres. Falguera y Caamaño han hecho, desde que se doctoraron, un gran número de importantes contribuciones a dicha concepción (aunque no sólo a ella), contribuciones que han tenido buen eco tanto a nivel nacional como internacional. Aparte de estos dos ex-discípulos, no quisiera dejar de mencionar aquí a un tercer ex-discípulo mío: me refiero a Javier de Donato, quien, aunque se doctoró en la Universidad de Munich bajo mi dirección (con un estudio sobre la noción de idealización en física), forma parte desde hace años del cuerpo docente de esta Universidad y representa por lo tanto también un elemento importante de lo que me atrevo a llamar “mi conexión gallega”...
Para concluir, permítanme ustedes que haga unas muy breves observaciones de carácter más sustancial sobre mi perfil filosófico y acerca de cómo él está conectado con la Universidad de Santiago de Compostela. Sin duda que éste no es el marco adecuado para presentar una ponencia filosófica especializada, pero sí quiero mencionar lo siguiente. Mi perfil profesional es, esencialmente, el de un filósofo de la ciencia dedicado al análisis detallado de los fundamentos conceptuales de las teorías científicas, especialmente de las ciencias físicas, para lo cual hago uso de dos herramientas auxiliares: la teoría de modelos para la parte formal-técnica de dicho análisis y la historiografía de la ciencia por el lado de los contenidos fácticos de las teorías científicas. Dicho metafóricamente, la concepción estructuralista de la ciencia por la que abogo puede verse como un tronco con dos apoyos laterales: la teoría formal de modelos y la historiografía de la ciencia. No creo ser injusto con mis tres ex-discípulos y actuales colegas Falguera, Caamaño y De Donato si considero que ellos ven el carácter esencial de su labor en la filosofía de la ciencia de una manera parecida. Ahora bien, ni ellos ni yo mismo hemos limitado nuestra labor filosófica a lo largo de los años a la filosofía de la ciencia así entendida. Nuestra tarea se ha ido insertando en un marco filosófico más general, que incluye nociones ontológicas y de semántica filosófica muy fundamentales. Ya antes de mi primera venida a Santiago, cuando yo aún era Profesor de Filosofía de la Ciencia en México, me di cuenta paulatinamente, en especial al analizar la obra del gran lógico alemán Gottlob Frege, que ontología y semántica filosófica debían ir de la mano, y que esa combinación, a su vez, era esencial para desarrollar un análisis epistemológico adecuado de las teorías científicas. Para denominar esta nueva disciplina sistemática acuñé en su momento el neologismo “ontosemántica”, el cual, por cierto, también aparece en el título de la tesis doctoral de José Luis Falguera. Y, desde la primera vez que fui invitado a Santiago, constaté que esta idea mía encontraba aquí terreno abonado, sobre todo gracias a la labor en filosofía del lenguaje encabezada por Luis Villegas, otro gran admirador de la obra de Frege. Más adelante, me percaté de que, para llevar a cabo análisis pertinentes no sólo en filosofía de la ciencia, sino en cualquier rama de la filosofía teórica, había que combinar los elementos ontológicos y semánticos con los de una epistemología general, lo más formal posible. Y para denominar esta unidad sui generis de análisis filosófico, acuñé entonces un neologismo aún más bárbaro que el de ontosemántica: llamé a esa unidad metodológicamente indisociable: “ontoepistemosemántica”. Esta es sin duda una palabra casi impronunciable, pero que denota exactamente aquello de lo que se trata. Y fue justamente durante mis dos primeras estancias en Santiago que me vino paulatinamente la idea de implementar esta nueva disciplina filosófica general, la ontoepistemosemántica, que he seguido desarrollando desde entonces y que, si no me equivoco, sigue teniendo algunos abogados en Santiago de Compostela.