Adra Pallón: «Lumes se mueve entre el homenaje al rural y la denuncia de las políticas que lo abandonan»
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Decía el teórico Roland Barthes en su celebrada obra ‘La Cámara Lúcida’ que “sea lo que sea lo que ella ofrezca a la vista y sea cual sea la manera empleada, una fotografía es siempre invisible: no es a ella a quién vemos”.
Esta afirmación, a la que se le podrían atribuir una miríada de interpretaciones, le confiere un papel preponderante al referente fotografiado, puesto que eso es lo que percibimos en última instancia. Eso es lo que nos hace reaccionar ante lo que vemos, proporcionándonos alegría, tristeza, malestar o indiferencia.
Ese referente, por lo tanto, es también aquel que la persona que se encuentra detrás de la cámara escoge retratar. Y ahí es donde reside una de las claves del trabajo fotográfico de Adra Pallón: en decidir cuál será el objeto de suyos encuadres. Objetos que no siempre es sencillo fotografiar, pero que, sin duda, es terriblemente necesario.
Entre una multitud de trabajos firmados por Adra Pallón que llevan siendo laureados más de un lustro se encuentra Lumes, un proyecto que pone el foco sobre el proceso de "demotanasia" que está viviendo el rural gallego y sus consecuencias económicas, sociales y ambientales. Un trabajo que, materializado en un fotolibro, contó con la colaboración del Campus Terra.
Tuvimos la suerte de charlar un poco con él para conocer, de primera mano, la respuesta a muchas cuestiones: su experiencia a la hora de crear Lumes, su visión de la fotografía documental, la importancia de la memoria en la preservación de las culturas o su particular proceso de trabajo.
-La fotografía documental es un campo, sin duda, muy exigente. Desde la distancia parece un género que necesita de un ejercicio de reflexión muy profundizo para ser veraz, auténtico. ¿Cuál fue el detonante que lo llevó a tomar este camino?
-Para mí, el término documental me resulta, quizás, muy trascendental. Son palabras mayores. Ahora mismo, le doy muchas vueltas al lenguaje fotográfico, a los propios términos. Después de haber estudiado mucho, de estar años dedicándome a la fotografía y de reflexionar sobre la verdad, sobre lo que incorporamos o dejamos de incorporar en el encuadre, no creo tanto en la fotografía documental.
De hecho, si me tengo que definir como fotógrafo, no suelo hacerlo como fotógrafo documental, a pesar de que el nicho de mi trabajo pueda ser ese. Es donde me encuadra la gente, y lo entiendo.
En realidad, como en todo, la fotografía es subjetiva. Yo, particularmente, no creo que la fotografía sea un lenguaje como tal: tenemos un emisor y un receptor, pero el código con el que jugamos se basa en la memoria individual de cada quien. Por ejemplo, una misma fotografía no sería interpretada del mismo modo en Galicia que fuera de ella, por las diferencias esenciales entre las diferentes memorias colectivas.
Entonces, cuando me encuentro realizando este tipo de trabajos de carácter documental, me suponen siempre un dolor de cabeza, porque tienes ese peso de estar documentando una realidad. Pero, al mismo tiempo soy consciente de que lo haces desde tu mirada propia, desde tus sensaciones.
-¿Esta forma de auto percepción se vio reflejada, entendemos, en Lumes, uno de sus últimos trabajos?
-Efectivamente. Sobre Lumes yo siempre digo que es cómo haber hecho un viaje muy largo por todo el interior de Galicia durante muchos años, junto con un trabajo de simplificación. Fui recogiendo emociones, sentimientos, opiniones y, al final, estos están sintetizados en ese libro, que es un homenaje a las personas retratadas. Son personas mayores que quedaron donde quedaron, quizás porque no les quedaba otra. Escogieron quedarse en su territorio, haciendo que perdurasen los nombres de las aldeas, la cultura, el conocimiento...
Entonces, para mí Lumes se mueve entre el homenaje y la denuncia de las políticas sociales y económicas que no apuestan por la permanencia en el rural, por la gente del rural. Esa es mi perspectiva de mi trabajo, de cómo veo la fotografía documental. Pero cada vez más estoy un poco más lejos de ese término porque me resulta particularmente complicado hacer convivir mi actividad fotográfica con esa losa, con esa carga de documento.
Ahora mismo, de hecho, tenemos otro trabajo en marcha con la Universidad de Santiago de Compostela, que tiene por objetivo generar un documento gráfico, pero desde una perspectiva más poética, lo cual no deja de ser una opinión sobre un tema concreto. Se conforma con los testimonios de las personas, por lo que sigue teniendo una dimensión documental.
Hay un fotógrafo muy famoso, Josef Koudelka, que fotografió al pueblo gitano e hizo un libro que se llama así, ‘Gitanos’. Y a mí me gusta mucho cómo reflexiona sobre la imagen. En él dice una frase que es, a fin de cuentas, la que me permite a mí ser fotógrafo, que dice que “el pueblo gitano no es así, el pueblo gitano también es así”. Entonces, cuando yo hago fotos digo: yo no estoy diciendo que esto sea así, sino que también es así. En mi opinión, la fotografía es muy subjetiva.
-¿Entonces, se quedaría usted antes con la componente poética, con el arte, por encima de la reflexión sociológica que inevitablemente se percibe al ver su obra? Porque cada persona tiene su propia sensibilidad...
-Efectivamente. Al final juegas con fines, con objetivos. Por ejemplo, los japoneses valoran mucho la belleza de la sombra. En nuestra cultura, por lo contrario, la belleza está vinculada a la luz. Entonces, cada uno juega con sus propios códigos culturales para construir su obra y su relato.
Por lo tanto, como yo pienso que la fotografía no tiene un código, lo que toca es jugar sentimientos, con apreciaciones, con códigos culturales, etc. Yo vengo del fotoperiodismo: comencé desde ahí y, por lo tanto, hago un uso muy referencial de la imagen, estoy muy anclado en esa verdad de la imagen. Y, actualmente, me cuesta bastante asimilarlo, estoy a medio camino entre esa parte documental o periodística y la más artística.
-Retomando el hilo de su trabajo en Lumes, que realizó en colaboración con el Campus Terra, con la Universidad de Santiago de Compostela, cuéntenos. ¿Cómo surgió esta colaboración?
-Este tipo de trabajo me parecía algo muy natural. Yo trabajé en la zona interior de Galicia, sobre todo en Lugo, que es mi región. Es la que mejor conozco, la que me queda a mano. Me di cuenta de que un proyecto de este calibre se sustentaba un poco de forma precaria. No todo el mundo puede utilizar 4 años de su vida para realizarlo. Tuve que renunciar a muchos aspectos de mi vida para poder hacerlo.
Por lo tanto, me pregunté: ¿cómo puedo sostener este proyecto? En cierto momento salió una beca a nivel nacional en Cataluña, de la Fundación Photographic Social Vision. Me presenté y, al concedérmela, comenzó a forjarse el trabajo como tal. Fue fruto de la unión de mi trabajo previo durante años con una producción nueva, que duró un año entero y fue realmente intensa.
Fue en ese punto donde comenzó el contacto con el Campus Terra, ya que necesitábamos entidades colaboradoras para poder sacar adelante el proyecto en un soporte físico, que finalmente decidimos que fuese un libro. Entonces, entré en contacto con el campus, concretamente con Elvira López. Se interesó mucho en el proyecto y finalmente apostó por ayudar a financiar Lumes.
-Envejecimiento, despoblación, soledad... En Lumes usted retrata a una Galicia que, de cierto modo, es ignorada por gran parte de nuestra propia sociedad. Desde su punto de vista, ¿existe una pérdida de raíces en este olvido?
-Hay un punto muy importante a resaltar dentro de Lumes, que es un pequeño libro que se encuentra dentro del libro propiamente dicho. Está inspirado en ‘O Gaiteiro de Lugo’, un almanaque agrícola que se comenzó a publicar a mediados del siglo XIX, y que estaba en todas las casas campesinas. Nos pareció muy interesante incluir nuestros textos en este formato porque el almanaque ponía en valor la cultura. Una cultura que fue atacada por ciertos intereses.
El texto está escrito por Ana Cabana Iglesia, profesora titular en el Departamento de Historia del Campus Terra. El texto que escribió me parece brutal. Teniendo en cuenta de lo que hablaba anteriormente, sobre el componente subjetivo de las imágenes que, al final, son un resumen de los sentimientos y emociones que fui encontrando, en este pequeño libro Ana Cabana le da la razón de ser. Contextualiza mi trabajo a nivel histórico y, sin su texto, yo no me sentiría nada cómodo con Lumes, porque dejaría el trabajo totalmente abierto a interpretación.
Entonces, de esa cultura de la que tomamos tanta inspiración en el trabajo, al final, partimos todas y todos nosotros. La generación actual heredó una personalidad enraizada en esa cultura, aunque no nos demos cuenta. El viaje de Lumes fue el más importante de mi vida. Y eso que no deja de ser un viaje a pocos kilómetros de casa. Pero me entendí a mí mismo, entendí un poco de dónde venimos, lo que conforma nuestra personalidad... Comprendí también aquellas voces del rural, que cuando hablaba con ellas siempre me decían que “aquí no eres nadie”. Ese alguien, nadie, de nuestra literatura, sigue ahí. Fui consciente de ese menosprecio histórico al campesinado, a la cultura obrera.
Creo, por lo tanto, que es muy importante que nos demos cuenta, y creo que esta generación está haciéndolo, de que poseemos una cultura muy rica y que nosotros, de algún modo, somos los responsables de que ese legado no desaparezca. Aunque sea en la memoria. Eso es lo que se pretende con Lumes, a grandes rasgos.
A raíz de esto quería comentar que Lumes es cómo se les llamaba a las casas habitadas en el rural antaño. Pero, al mismo tiempo tiene una carga emotiva muy potente. Yo siempre digo que el fuego no se apagó, sino que mudó de lugar. Pasó de las cocinas a los montes.
-En esta respuesta dijo usted algo fascinante para el momento como el que vivimos actualmente, en el que parece que la experiencia de viajar es mejor cuanto más lejos se haga. Por lo contrario, usted nos comentó que el viaje de Lumes, en su propio territorio, fue su viaje más trascendental, más fascinante. A veces conocemos muchos países, pero no conocemos el lugar que nos rodea. Como fotógrafo, ¿se encontró con esta realidad alguna vez?
-Definitivamente, yo también estuve en esa tesitura. El problema es que tampoco me gusta viajar mucho. Parece que esta es una profesión que no va mucho conmigo. A veces pienso que me equivoqué de camino.
A mí me gusta viajar a nivel de proximidad, disfruto mucho de los viajes por los territorios próximos, que comparten mis códigos culturales. Conecto mucho más con la gente de por aquí.
Ahora estoy trabajando en otro proyecto sobre la costa. Y, si hablo con una persona de la Costa da Morte, por ejemplo, no sé si es gracias al código cultural, teniendo en cuenta que soy de interior, pero conecto de una manera especial. Más que si me hubiera marchado muy lejos, yo creo. Entonces, yo reivindico mucho ese viaje a nivel local. A mí me ayuda a comprender de dónde venimos, y me enriquece mucho a nivel personal.
-Su trabajo recibe mucha atención al otro lado de nuestras fronteras, incluso más que en nuestro propio territorio. ¿Cómo asume usted esta realidad? ¿Le genera un punto de frustración este hecho concreto?
-Un poco de frustración sí que me genera, la verdad. Porque, a la hora de la verdad, cuando haces fotos es para nosotros mismos también, entiendo. Entonces, yo intento homenajear a nuestra gente con mi trabajo. Cuando llegaba a una nueva aldea en la que vivía una única persona, me producía una fascinación absoluta.
Ves como esa persona mantiene viva la aldea, con un hecho tan cotidiano como rozar unas silvas. Y dices, esto es increíble, ¿no? Entonces, me da pena pensar que aquí no tuvo mucha repercusión pero que, sin embargo, fuera sí. No sé si eso es positivo o no.
De todas maneras, Lumes fue un éxito. Se lanzó en abril y a mediados del verano ya estaba agotado. Por ejemplo, desde Estados Unidos se pidió la mitad de la tirada de primeras. Salieron algunos reportajes en Francia, Holanda o Japón. Y es algo que yo no entendía muy bien al principio.
Por ejemplo, cuando me había contactado la editora de la revista Newsweek Japan para pedirme fotos y declaraciones y cosas del estilo, yo le dije que estaba encantado, obviamente. Pero, le pregunté el por qué. Por qué era de interés para ellos. Ella me contaba que el trabajo que yo estaba haciendo, pese a ser local, era muy global. Al final, el problema demográfico que tienen en Japón sigue siendo el mismo que podemos tener aquí en Galicia.
-A lo largo de su trayectoria, usted recibió numerosos reconocimientos y premios a nivel nacional e internacional. ¿Hay alguno que tenga un significado especial para usted?
-Sí, quizás la beca. Desde una perspectiva más pragmática, fue la que permitió que exista Lumes a día de hoy. Sin la beca, no sé si el libro podría existir como tal. Todo el cuerpo de trabajo no tendría un soporte material, por así decirlo.
De hecho, el trabajo fotográfico que está detrás de Lumes asciende a más de 60.000 imágenes. Entonces, la carga fotográfica seguiría incrementándose, pero no habría una materialización como tal del trabajo.
-Aunque usted no se considere como un fotógrafo documental, es innegable que existe un componente etnográfico muy potente en su trabajo. A nivel artístico y técnico, ¿cómo es su proceso de trabajo? ¿Cómo se compagina esa búsqueda del real, de la verdad de la imagen, con un impacto visual y estético?
-Yo no tengo formación formal en fotografía. Yo provengo de otros caminos distintos, del ámbito científico. Pero soy muy obsesivo en términos generales, entonces hubo un momento en el que me centré mucho en la fotografía. Estudié muchas obras por mi cuenta, busqué muchos referentes en la historia de la imagen, en el cine o en la pintura, como la obra de Jean-François Millet, por ejemplo.
Supongo que toda esta carga visual, que voy clasificando en carpetas en mi ordenador según el proyecto que haga, finaliza por calar en la mente. Los referentes condicionan tu forma de proceder y acaban por construir tu mirada.
En lo referente a mi forma de trabajar, primero realizo unos primeros viajes de aproximación al tema que voy a tratar. Así puedo ver cómo es la luz del lugar y pensar cómo abordarlo. Hay que tener en cuenta que en Galicia el tema de la luz es complejo. Por ejemplo, cuando tenemos estos nubarrones típicos y de pronto aparece ese rayo de sol en medio de la escena, tienes que estar preparado.
Además, la temperatura de color también es muy importante. Es muy llamativo cuándo en una imagen conviven los azules con los naranjas. Pero no es algo casual. Tú sabes cuándo vas a poder captar esa luz en concreto, hay días óptimos para buscar esas luces.
Por su parte, los interiores en los que suelo trabajar son muy oscuros. La luz entra por ventanas muy pequeñas, lo que permite resaltar el elemento del fuego. Este, al final, vertebra todo el trabajo, y permanece anclado en una misma colorimetría, lo que refleja la existencia de un análisis muy profundo. El primer año quizás estaba un poco perdido, pero con la práctica esta manera de ver y trabajar va quedando definida.
-Hablaba usted de su formación científica, que más tarde cambió para poner el foco sobre algo totalmente humanista y artístico...
-Sí, yo estudié dos años de física. También ingeniería civil, de la que me quedan dos materias y el Trabajo de Fin de Grado. No sé si por el camino fue la carencia de esta otra perspectiva, la humanista, la que me llevó a cambiar el rumbo.
Que me dedique a la fotografía fue una de estas maravillosas casualidades de la vida. Yo quería hacer un documental de ciencia, por eso compré mi primera cámara. Entonces, este primer viaje con la cámara me hizo darme cuenta de que la imagen me resultaba mucho más satisfactoria que las ecuaciones y las fórmulas que estaba estudiando en aquel momento.
Estoy muy contento con la decisión que tomé, pero sí que es cierto que mi trabajo es, a veces, muy precario. Pero también es muy bonito, y te recompensa con encuentros muy especiales.
-Y ya para finalizar, vamos con un pequeño test. Si tuviese que quedarse con una de sus fotografías, ¿cuál sería? Una entre las 60.000 de Lumes, por ejemplo.
-Pues, yo me quedo con una de Domingo, un habitante de una de las aldeas retratadas de A Fonsagrada, haciendo fuego en el interior de su casa, donde se ve también el tiro de la cocina. También escogería una de un castaño que está ardiendo en Vilar, en Folgoso do Courel. Me parece muy interesante este binomio, ya que representa esa transición del fuego interior, vinculado a ese elemento que controlamos, que nos protege, que nos del calor, a ese mismo fuego que lo destruye todo de forma descontrolada.
-¿Y una fotografía que lo conmueva?
-Pues quizás cualquiera de los incendios del Courel. Por ejemplo, la de los bomberos que se ve toda naranja con una manguera en el centro de la composición. Escogería alguna de esas porque el proceso de tomarla fue bastante duro.
Gracias a las historias que cuento con mi trabajo, que son historias muy duras y tristes, fui creando un callo que me protege y propicia que me cuese romper a llorar, por ejemplo. Pero, cuando fue el incendio del Courel, sí que me echaba a llorar. Porque no sabía que iba a pasar con el Courel. La impotencia que sentían los bomberos delante de las llamas era desesperante. Eso me conmovió mucho.
-¿Una fuente de inspiración artística?
-En el ámbito de la fotografía escogería a Josef Koudelka, pero en términos generales me quedaría con Chano Piñeiro. Creo que el audiovisual tiene algo que la fotografía no tiene. La fotografía te sugiere, propone preguntas, pero no da respuestas. Creo que en el audiovisual sí que se da respuesta a esas preguntas.
Mamasunción, particularmente, es un corto que me encanta, que me evoca muchas cuestiones diferentes. Le tengo un cariño muy especial.
-¿Una escena que tengas pendiente de retratar? ¿O una exposición o proyecto que aún está por ejecutar?
-Está aún pendiente la exposición de Lumes, que sí que es otro tipo de experiencia. De hecho, en estos momentos hay gente trabajando en eso, precisamente porque era una materia pendiente que está siendo demandada. Pero, en lo relativo a una imagen que tenga pendiente, no sabría decir.
-Y ya para finalizar, ¿en que está trabajando actualmente?
-Ahora mismo estoy trabajando en dos proyectos más grandes y también aquí, en Galicia. Uno retrata, siguiendo la misma temática rural que Lumes, una región muy concreta del interior de Lugo, pero explorando otras perspectivas.
El otro pone el foco sobre las aldeas de colonización de la Terra Chá, en Lugo también, en colaboración con la Universidad de Santiago de Compostela. A mayores de fotografía también hay entrevistas y una recopilación de la maquinaria y de las construcciones de la zona por parte de un equipo de ingenieros. Es un proyecto, por lo tanto, muy transversal, en el que también trabaja Ana Cabana, por ejemplo.
Y también tengo otro proyecto a mayores que trata sobre el mar. O sea, siempre estoy con un pie en nuestra tierra, sigo trabajando aquí, en Galicia.